En aire libre, sin una horquilla,
ellos aman holgazanear,
y la brisa que les fustiga
tiene el aire de acariciarlas,
ellos vienen bajo las ramas torcidas
de los viejos robles rojizos y oscuros,
y el follaje y las cortezas
les embriagan de sus perfumes.
Dentro del campo desierto,
al fondo de los grandes prados mudos,
ellos duermen dentro de la hierba verde
y se cubren de azulejos;
el sol les importuna,
pero ellos aman lejos del ruido
el camino de ronda del claro de luna
y los estremecimientos de la noche.
Como las ramas de los sauces
inclinándose sobre los pantanos,
ellos flotan sobre sus hombros,
a la vez tristes y frescos.
Cuando, más rizados que la espuma,
ellos se dispersan,
se diría del oro que espumea,
alrededor de los blancas almohadas.
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IL POSTINO
martes, 10 de agosto de 2010
LOS CABELLOS CAMPESTRES
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