- "¡Oh! las estaciones, el verano, la primavera, el invierno, el otoño,
¡Cómo es esto largo! ¿Qué hacer? ¿A qué pues ocuparse?"
En este momento que él no tiene más cabezas para cortar,
él encuentra la vida cruel y el tiempo monótono.
Antaño, él era el gran justiciero
más fantástico y más temido que el Diablo,
el hombre que decapita un crimen irremediable
en el filo siempre seguro de la cuchilla de acero.
Su nombre, dicho en cualquier sitio, volvía a la gente pálida;
él sólo, aseguraba legalmente la muerte;
y aunque él pudiera cortar a sus hermanos sin remordimiento,
su vista aterrorizaba a los magistrados con ellos mismos.
Y cuando el Miedo trituraba con su laminador
a aquellos que debían sufrir la pena capital,
en el fondo de su calabozo, la visión fatal
era él, el Señor pulcro con el hábito negro.
En las mañanas heladas, en las auroras tibias,
antaño, él presidía de pie sobre el cadalso;
¿y quien luego hubiera podido encontrarle defecto
cuando hacía la señal espantosa a sus ayudantes?
Loca, estupefacta alrededor del fúnebre caballete,
la multitud se retorcía como un montón de culebras
para ver de cerca al ejecutor de las altas obras
que de la punta de su dedo hace caer la cuchilla.
Pues, él no verá más hormiguear a la multitud;
él perdió renombre, trabajo, ingresos.
Él no es por todo el país más que un banal desconocido,
rentista de la miseria y de la soledad.
Él será luego un hombre en cualquier tiempo atormentado
¡por el aspecto del triángulo oblongo de la Justicia!
eternamente, hará falta que él haga pasteles,
molido por la vejez y por la ociosidad.
¡Él no encarnará más el terror! La Viuda,
¡él no la verá más! Es otro verdugo
quien va en lo sucesivo a jalarle a la funda para descubrirla,
cada vez que un jurado quiera que ella se rebose.
Y desgraciado cerebro que irritado se estropea,
él no tiene más que un deseo, en su casa como en el camino,
es guillotinar otra vez un ser humano;
y su monomanía a cualquier hora le acorrala.
La opinión imperante y concisa del Entarimado,
ahí está eso que él espera dentro de un horrible éxtasis.
Entre el abad que reza y el barbero que rasura,
él vuelve a verse, apresurando el banquete en la cuba.
Y en todas partes, dentro del azur como dentro de la tempestad,
él evoca una hoja de cuchillo y busca en un ojo loco
la mueca que hace una cabeza sin cuello
¡y el horrible chorro de sangre que sale de un cuello sin cabeza!
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IL POSTINO
lunes, 16 de agosto de 2010
LA EJECUCIÓN EN LA GUILLOTINA
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