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IL POSTINO

IL POSTINO

lunes, 2 de agosto de 2010

EL RÍO DORMIDO

En lo más hondo del barranco donde la sombra y el sol
alternan sus besos sobre la roca y sobre el árbol,
el río inmóvil y nítido como un mármol
se embriaga de estupor, de ensueño y de sueño.

Más de un pájaro, lanzando el relámpago de su plumaje,
llamea al río durante su vuelo, amigo de los nenúfares;
y el mundo mudo de las mariposas pálidas
ya viene a apuntar su frágil y vacilante imagen.

La luz es en todas partes tan bien distribuida
que se distinguen fácilmente los más pequeños objetos;
las moscas de zafiro, de esmeralda y de azabache
en el medio de un rayo de luz vibrando sobre el vaho.

Su espuma que se parece a las grandes algas pardas de los mares
enjuga tiernamente las lágrimas de sus sauces,
y sus largos avellanos, ligeros como unas varas,
se inclinan para ver al río con los bojs amargos.

Ni corriente cenagosa, ni golpe de viento profano:
nada altera su calma y su limpidez;
él duerme, exhalando su tibia humedad,
como un gran terciopelo verde que sería diáfano.

Sin embargo esta líquida y vidriosa torpeza
que no tiene un estremecimiento de agitación ni de vaguedad,
murmura un sonido lejano, triste, infinitamente vago,
que flota y se disipa así como un vapor.

Del fondo de este gran pozo que lo tiene bajo su cuidado,
con sus bloques de piedra y sus revoltillos de juncos,
el río escucha cantar los búhos de los torreones
y refleja el azur estrecho que lo mira.

Los guijarros cobrizos y de un aspecto cambiante
hacen en el río soñador una cama de mosaico
donde, sobre un va y viene plácido y mecánico,
se deslizan los peces azules laminados de oro y de plata.

Sus aletas que son rojas y dentadas
se mecen con su cola en abanico:
tan transparente es el agua, que se puede ver en detalle
todo este hormigueo de sombras abigarradas.

Como dentro de los arroyos claros e impetuosos
que golpetean los viejos puentes en los arcos mal construidos,
el cangrejo cojo ya camina, y las truchas
aman el despeñadero de sus bordes tortuosos.

El alma del paisaje a toda hora revolotea
sobre este lago aletargado por un sueño fatal,
enlosado de piedras planas y del que el fino cristal
tiene los visos del sueño y del vértigo.

Y, sin que el río tuviera necesidad de plegamientos furtivos
que los dedos del céfiro forman sobre las aguas mates,
para premio de su follaje y de sus plantas aromáticas
el río sonríe en los vegetales quejumbrosos;

Y cuando cae la noche espectral y murmuradora,
el río sonríe otra vez a las paredes del barranco:
Ya que la Luna, en el centro de un silencio divino,
ya baña con los reflejos de su resplandor lechoso.

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