La inquietud y la ignorancia de una cosa que tan de cerca le atañía le acongojaba más que la cosa misma. Y he ahí por qué, a despecho de la promesa que se había hecho de no mezclarse en nada, fuera lo que fuese, y de apartarse de todo, fuera lo que fuese, alzaba la cabeza de vez en cuando, a hurtadillas, y miraba furtivamente las caras de sus compañeros, a derecha e izquierda, tratando de inferir por ellas si había algo nuevo, algo especial que tuviera que ver con él y que por algún motivo inconfesable procuraban ocultarle. Sospechaba que había un nexo inequívoco entre lo acontecido la noche antes y lo que en ese momento le rodeaba. Por último, en su angustia empezó a desear que todo se resolviera cuanto antes, como Dios quisiera,
hasta con un desastre...,
¡no importaba!
El destino vino a secundar su anhelo. No bien hubo formulado su deseo cuando quedaron despejadas sus dudas. Ahora bien, del modo más extraño e insospechado...
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