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IL POSTINO

IL POSTINO

domingo, 23 de marzo de 2008

DUDA CARTESIANA , Sosias , Dostoievski

Ése era otro señor Goliadkin, enteramente diferente y, sin embargo, enteramente idéntico al primero, de la misma altura, del mismo talle, vestido del mismo modo, con la misma calvicie. En suma, nada, absolutamente nada, faltaba para una semejanza completa, de tal modo que si los colocasen uno junto a otro nadie, absolutamente nadie, se hubiese comprometido a decir cuál era el auténtico Goliadkín y cuál el falso, cuál el viejo y cuál el nuevo, cuál el original y cual la copia... Nuestro héroe, sí cabe la comparación, se parecía a un hombre sobre el cual, por vía de diversión, un bromista ha enfocado una lente cóncava. «¿Qué es esto? ¿Es sueño o no? -pensaba-. ¿Es algo real o continuación de lo de ayer? ¿Pero cómo puede ser? ¿Con qué derecho se hace esto? ¿Quién ha admitido a este empleado? ¿Quién lo ha autorizado? ¿Estoy dormido? ¿Estoy soñando?» El señor Goliadkín probó a pellizcarse y hasta pensó en pellizcar a alguien más... No. No era sueño, y sanseacabó. Sentía que el sudor le brotaba copiosamente, que

lo que le pasaba era algo sin precedentes,
algo hasta allí nunca visto y, por ello mismo, vergonzoso, para colmo de su infortunio, pues se hacía perfecto cargo del perjuicio que suponía ser el primer ejemplo de tamaña bufonada. Llegó, por fin,
a dudar de su propia existencia,
y aunque antes estaba dispuesto a todo con tal de despejar sus dudas fuese como fuese, en la índole misma del caso iba, por supuesto, anexo un elemento de sorpresa. La congoja le agobiaba, le torturaba. A veces perdía el discernimiento y le fallaba la memoria. Al volver en su acuerdo tras un momento así notó que su pluma corría maquinal e inconscientemente sobre el papel. Sin fiarse de sí mismo leyó lo que había escrito.., y no entendió nada. Finalmente, el otro señor Goliadkin, que en el ínterin continuaba sentado tranquila y decorosamente, se levantó y desapareció por la puerta de otra sección para atender a algún trámite. El señor Goliadkin echó un vistazo a su alrededor. Nada. Todo estaba en calma. Lo único que se oía era el garrapatear de las plumas sobre el papel, el crujido de las hojas al ser repasadas y el runrún de las conversaciones en rincones algo apartados de donde estaba Andrei Filippovich.

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