« ¿Le saludo o no? ¿Respondo de algún modo o no?
¿Admito que soy yo o no? -
pensaba nuestro héroe con indecible angustia-.
¿O finjo que no soy yo,
sino alguien que se me parece muchísimo,
y hago como si nada hubiese pasado?
En fin,
que no soy yo,
que sencillamente no soy yo,
y basta -dijo el señor Goliadkin quitándose el sombrero ante Andrei Filippovich y sin apartar de él los ojos-.
¡Que no soy yo
-murmuraba con esfuerzo-,
que no soy yo,
que no, señor, no soy yo,
eso es todo!»
(....) frunció el ceño y lanzó una mirada terrorífica y retadora al rincón opuesto del carruaje, destinada a pulverizar instantáneamente a todos sus enemigos.
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