No ... no ... no hay duda, no hay duda alguna, ¡no ha muerto! ¡Entonces si él no ha perecido será preciso que yo me suicide!
12 DE MAYO
Desde hace algunos días tengo algo de fiebre. Sufro y me invade la angustia y la tristeza. ¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que transforman en abatimiento nuestra felicidad, en recelo nuestra confianza? ¿Será lícito pensar que provienen del éter, del éter invisible poblado de potencias incognoscibles de las cuales solo percibimos su misteriosa presencia? ... Despierto pleno de alegría, con alegres proyectos, con ansias vitales y, luego de un corto paseo, retorno a mi hogar desolado por el presentimiento de alguna inevitable desgracia. Siento que un profundo estremecimiento invade mi ser, destruye mis nervios y ensombrece mi alma y me siento como la víctima de un poder invisible contra el cual es imposible luchar. ¿Es que el mundo circundante, todo eso que miramos sin ver, todo lo desconocido que nos roza, todo lo que tocamos sin percibir, ejerce sobre nuestros órganos, nuestra mente y nuestro corazón efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables? ... ¡Qué profundidad posee ese misterio de lo invisible! Imposible sondearlo con nuestros groseros sentidos, con nuestros ojos, incapaces de ver lo más pequeño y lo más grande, ni lo muy cercano ni lo demasiado lejano, ni los habitantes de una estrella ni los de una gota de agua. Con nuestros oídos, que nos engañan, puesto que nos transmiten las vibraciones del aire transformadas en notas sonoras, cual hadas que transforman en ruido el movimiento y, con esta metamorfosis, dan nacimiento a la música, nuestro oído, falaz y sublime, que transforma en canto la muda agitación de la naturaleza. Con nuestro olfato, mucho más débil que el de un perro y nuestro empobrecido paladar que apenas puede discernir la edad de un vino. Si fuéramos dueños de otros sentidos que nos abrieran las puertas de otros tantos milagros, qué maravillas no descubriríamos a nuestro alrededor! ...
¡No soporto más esta tensión! ... Intento, con dolorosos esfuerzos, cambiar, rechazar ese ser que me destroza y me aniquila. ¡No puedo más! Constantemente me despierto enloquecido, agitado y bañado en sudor. Enciendo la luz y veo que estoy solo. Después de este violento despertar, que se repite todas las noches, duermo, con calma, hasta el alba.
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martes, 11 de marzo de 2008
Enciendo la luz, HORLA de Maupassant
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