(....) el señor Goliadkin, fuera de sí, corrió al muelle de la Fontanka, junto al puente Izmailovski,
para zafarse de los enemigos que le perseguían,
para zafarse de los insultos que en aluvión caían sobre él,
para zafarse de los gritos de alarma de las viejas,
para zafarse de los lamentos y suspiros de otras mujeres
y para zafarse de las miradas aplastantes de Andrei Filippovich.
Había quedado aniquilado
en el pleno sentido de la palabra, y si aún podía correr era sólo por un milagro en que él mismo se negaba a creer.
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