El señor Goliadkin pudo al fin ver con claridad a
su nuevo compañero noctámbulo
y lanzó una exclamación de asombro y horror.
Le flaquearon las piernas. Era el mismo transeúnte junto al cual había pasado diez minutos antes, que ahora reaparecía inopinadamente. Pero no fue sólo ese portento lo que maravilló al señor Goliadkin, y tan maravillado estaba que hizo alto, lanzó un chillido e intentó decir algo. Echó a correr tras el desconocido, gritándole algo, con la probable intención de detenerlo lo antes posible. El desconocido se detuvo, en efecto, a unos diez pasos del señor Goliadkin, donde la luz de un farol alumbraba toda su figura, dio la vuelta para encararse con él y, con inquietud e impaciencia, esperó a ver qué decía. -Perdón. Quizá me he equivocado -dijo nuestro héroe con voz trémula. El desconocido le volvió la espalda irritado y a toda prisa reemprendió la marcha como afanoso de recuperar los dos segundos que había perdido con el señor Goliadkin. En cuanto a éste, le temblaba el cuerpo entero, se le doblaban las piernas, se desmadejaba todo él, y con un gemido se sentó en el borde de la acera. Pero, bien mirado, tenía motivo bastante de trastorno,
pues creyó que el desconocido le era de algún modo familiar.
Esto, en sí, no tenía nada de particular. Ahora bien, conocía a ese hombre,
estaba casi seguro de conocerlo.
Lo había visto a menudo, incluso hacía poco.
¿Pero dónde?
¿El día antes?
Lo importante, sin embargo, no era tampoco haberlo visto a menudo. En ese hombre nada llamaba la atención a primera vista. Era un hombre como otro cualquiera, un hombre, por supuesto, respetable como lo son todos los hombres respetables, y hasta quizá con algunas buenas cualidades. En suma, un hombre que iba por su camino. El señor Goliadkin no sentía odio hacia ese hombre
no sentía inquina hacia ese hombre,
no sentía la más mínima antipatía hacia ese hombre;
antes bien, todo lo contrario. Y, sin embargo -y esto sí era lo principal-, no hubiera querido encontrarse con él
ni por todo el oro del mundo
y, en particular, encontrarse con él en circunstancias como las actuales.
ni por todo el oro del mundo
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