-¡Ah!... ¡Qué gusto! ¡Qué alegría! ¡Qué fortuna! Iba de un lado a otro, decidido; pero no estaba satisfecho; de pronto, volvía la cabeza, sobresaltado; cualquier sombra me hacía temer. Dormí poco y mal, despertándome con frecuencia ruidos imaginarios.
Pero no lo ví;
no apareció.
Desde aquel día, todas las noches el miedo me acosa.
Lo adivino cerca de mí,
lo adivino detrás de mí.
No se presenta,
pero me hace temer.
Y ¿por qué temo, si no ignoro que fue alucinación,
que no existe, que no es nada?
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