Encendí la bujía, y al acercar la mano al fuego, sacudióla un temblor, y me incorporé rápidamente, como si alguien me hubiera tocado por la espalda.
Sentía inquietud...
Anduve de una parte a otra,
diciendo algunas frases, para oírme;
canté a media voz.
Luego cerré la puerta con llave, y esto me tranquilizó algo. Nadie podía entrar por sorpresa.
Sentado, reflexioné las circunstancias de mi aventura; después me fui a la cama y apagué la luz. Al principio nada hubo de particular. Estuve tumbado tranquilamente. Luego sentí ansia de mirar en torno y me apoyé sobre un costado.
En la chimenea sólo había ya dos o tres brasas; lo suficiente para permitirme ver con sus difusos reflejos las patas del sillón, y
me pareció que había vuelto a sentarse un hombre.
Encendí una cerilla con rapidez. Me había equivocado.
No vi a nadie.
Sin embargo, me levanté, arrastrando el sillón hasta la cabecera de mi cama.
Volviendo a quedarme a oscuras, procuré descansar. Acababa de dormirme cuando se me apareció, en sueños, pero tan claro como si lo viera en realidad, el hombre sentado junto a la chimenea. Despertando con angustia, encendí la luz, y me quedé sentado en la cama sin atreverme a cerrar los ojos.
Dos veces me venció el sueño, a mi pesar; dos veces el fenómeno se reprodujo.
Creí volverme loco.
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