No ... no ... no hay duda, no hay duda alguna, ¡no ha muerto! ¡Entonces si él no ha perecido será preciso que yo me suicide!
07 DE AGOSTO
.... A veces me interrogo a mí mismo para ver si estoy loco. En mis largos paseos, que doy para tomar el sol a lo largo del río, las más extrañas dudas me asaltan; dudas del estado de mi razón, pero no vagas como las que hasta aquí había tenido, sino precisas, claras, absolutas. Yo he visto locos y casi todos ellos tenían una noción clara y lúcida de todas las cosas de la vida, menos de una que era la segura causa de su manía. La mayor parte habla con facilidad, con profundidad, pero cuando su pensamiento tropieza en el escollo de su locura, su razón se oscurece, se deshace en fragmentos (por decirlo así) se lanza a ese océano temible y furioso, a ese mar de olas embravecidas, borrascosas y desordenadas que se llama demencia.
Desde luego, yo hubiera creído con seguridad en mi locura, si no hubiera sido porque me daba cuenta exacta de mi estado, sondeándolo conscientemente y analizándolo con completa lucidez. Yo no era, en suma, más que un razonable alucinado. Una irregularidad desconocida, se había producido en mi cerebro, una de esas anomalías que tratan de observar y de precisar los flsiólogos modernos; y esta irregularidad debía haber determinado en mi espíritu, en el orden y lógica de mis ideas, una profunda convulsión. Un fenómeno parecido tiene lugar durante el sueño, cuando nos pasea a través de las más inverosímiles fantasmagorías, sin que nos sorprendamos por ello, puesto que el aparato verificador, el que registra nuestras impresiones, se halla dormido, mientras la facultad imaginativa vela y trabaja.
¿Debía temer que una de las sonoras cuerdas del arpa cerebral, atrofiada, paralizada, rota ... no produjera en mi mente sus necesarias vibraciones? He conocido algunos que, a consecuencia de un accidente cualquiera, pierden la memoria en lo que se refiere a nombres propios, verbos, cifras o solamente de ciertas fechas. Las localizaciones de todas las partes de que se compone el pensamiento, están hoy comprobadas. Ahora bien, lo que me admira, es que mi facultad de comprobación en lo que atañe a la imposibilidad de ciertas alucinaciones se va entorpeciendo por momentos.
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martes, 11 de marzo de 2008
Los Tañidos del Arpa, HORLA de Maupassant
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