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IL POSTINO

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martes, 11 de marzo de 2008

Soledad y Fantasmas, HORLA de Maupassant

No ... no ... no hay duda, no hay duda alguna, ¡no ha muerto! ¡Entonces si él no ha perecido será preciso que yo me suicide!

12 de julio.
París. Debo haber perdido la cabeza durante los últimos días. Seguramente, no fui más que un juguete de mi imaginación debilitada, a menos que no sea realmente sonámbulo o que haya experimentado una de esas influencias constatadas llamadas sugestión. De cualquier manera, mi desequilibrio raya en la demencia y, veinticuatro horas aquí en París bastaron para recuperar mi seguridad y mi equilibrio.

Ayer, después del paseo y las visitas, que saturaron mi alma con un aire nuevo y vivificante, termine mi velada en el Teatro Francés. Se representaba una obra de Alejandro Dumas, hijo. Ese espíritu iluminado y poderoso terminó de curarme. Nada más cierto que la soledad es muy peligrosa para las mentes activas. Tenemos necesidad de vivir rodeados de hombres que piensen y hablen. La soledad puebla el alma de fantasmas.

Paseé por las calles, llegando alegre al hotel. Al rozarme con la multitud recordaba, no sin ironía, mis terrores pasados, mis alucinaciones de la semana anterior, cuando creía, sí, creía, que un ser invisible habitaba bajo mi techo. ¡Cómo nuestro cerebro es débil, se desequilibra y se extravía cuando un pequeño fenómeno incomprensible lo golpea! En lugar de razonar que uno no comprende el fenómeno solo porque desconoce su causa, nos imaginamos espantosos misterios y poderes sobrenaturales.

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