Precipitada, con un estremecimiento
de espanto y de fiebre,
se ve a la pequeña liebre
escaparse del matorral.
Ni colibrí ni pájaro pinzón;
ni pastor con su cabra,
la canción
sobre la liebre.
Temblando al menor incidente,
el bigote erizado
y la oreja alzada
el tímido lebrato
sale y se arriesga al trote,
ya que el alba matizada
no está demasiado
avanzada.
El animal ansioso
se sienta sobre su trasero;
y durante lo cual holgazanea,
la bruma dentro de los ojos,
el gran sauce piadoso
se arrodilla y se desploma
como un viejo
en confesión.
¿No escucha la liebre a alguien?
¡No! No es más que la brisa
que acaricia y que embriaga
su pequeño cuerpo en ayunas.
Y dentro del bosquecillo oscuro
el loco se aromatiza
en el perfume
del ébano falso.
Dentro de la mañana paliducha,
ligera y desembarazándose de su cola,
la liebre hace más de una legua,
de un solo trazo, a galope.
Ella se detiene en el canto solitario
del bonito aguzanieves,
cerca del agua
verde y azul.
Terrenos blandos, terrenos duros,
en todo lugar su pie trota:
Y polvoriento, lleno de caca,
este merodeador de los trigos maduros
aparece los agujeros oscuros
donde el manantial canta con voz trémula,
las viejas murallas
y la gruta.
El alba suspende su llanto
en la cerca límite,
y sobre el agua de las canteras
hace flotar sus colores.
Y los bosques arrulladores,
la hierba de los charcos
y las flores
de los claros de bosque,
el tejo que se decrece,
la roca vestida de guata
donde la retama se encaja,
la selva que adelgaza.
la mar que agota,
la encrucijada honda y húmeda:
Todo sonríe
y resplandece.
Y sobre el campo bermejo
donde se agota la savia,
la liebre hecha un ovillo sueña
de un laurel sin igual;
y siempre en desvelo
la liebre olfatea sin tregua
al sol
que se eleva.
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IL POSTINO
martes, 3 de agosto de 2010
LA PEQUEÑA LIEBRE
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